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Las infecciones resistentes a medicamentos, una pandemia silenciosa.

Si bien es cierto que la pandemia causada por el COVID-19 ha consumido el interés internacional y de casi todas las personas por razones obvias, ya que ha infectado a más de 200,400,000 personas y ha causado más de 4,300,000 muertes, existe otra pandemia silenciosa con implicaciones para la seguridad de la salud a nivel mundial. Me refiero a las infecciones resistentes a los medicamentos. Existe una oportunidad de hacer algo al respecto para prevenir un daño mayor.


De acuerdo con la organización Global Antibiotic Research & Development Partnership (GARDP), las infecciones resistentes a los medicamentos matan a cerca de 700,000 personas al año, y ese número aumentará a 10 millones por año para el 2050. Esto se debe a que más y más infecciones se están volviendo más difíciles para, si no es que resistentes a, los antibióticos. Esto podría significar que en un futuro podríamos no tener medicinas para el tratamiento de infecciones comunes como las infecciones de las vías urinarias, la pulmonía o las infecciones en los recién nacidos. De acuerdo con la GARDP, existe una oportunidad en este momento para evitar esta catástrofe potencial mediante un fuerte liderazgo, la colaboración y la inversión en medidas para contrarrestar la resistencia a los medicamentos.

De acuerdo con los CDC, sólo en los Estados Unidos, cada año dos millones de personas contraen infecciones resistentes a los medicamentos, a los que se les llama “superbacterias” también, de los cuales 23,0000 mueren. Esto se basa en estadísticas del 2010. Cálculos más recientes de investigadores de la Washington University School of Medicine estiman que las muertes realmente son de 162,000 al año.

El problema es que, aunque se necesitan los antibióticos y los antifúngicos para combatir a las infecciones por bacterias y por hongos en los humanos, los antibióticos se usan regularmente para prevenir enfermedades en los animales en las granjas y los antifúngicos para prevenir que las plantas agrícolas se pudran. Pero eso contribuye a que las bacterias y los hongos muten (cambien) y se vuelvan resistentes, de forma que cuando se necesita usar los antibióticos o los antifúngicos como tratamiento, ya no funcionan.

Por ejemplo, uno de los hongos se ha convertido en una de las amenazas para la salud más importantes porque el 90% de las infecciones causadas por él son resistentes al menos a uno de los medicamentos antifúngicos disponibles y 30% son resistentes a dos o más medicamentos. Se llama Candida auris o C. Auris. En Estados Unidos se conoció por primera vez en mayo del 2013 en Nueva York en una mujer de 61 años que venía de los Emiratos Árabes con insuficiencia respiratoria. Falleció a la semana. Pero se sabe que se ha estado diseminando por todo el mundo en los últimos 5 años. Entre los países en donde comenzó se encuentran: Venezuela, España, Gran Bretaña, India, Pakistán y Sud África. Ahora está en muchos más lugares del mundo. Tiende a afectar principalmente a las personas graves, a las que viven en instalaciones de cuidado a largo plazo y/o a los que tienen el sistema inmunitario debilitado. A veces es necesario arrancar algunas de las losas del techo y del suelo para erradicarlo.

Los especialistas en enfermedades infecciosas dicen que la pandemia de COVID-19 posiblemente ha acelerado la diseminación del hongo Candida auris. Esto se debe a una serie de factores, entre ellos, la escasez de los equipos de protección personal con el que tuvieron que lidiar los trabajadores de salud (especialmente los primeros meses de la pandemia), que incrementó las oportunidades para que el hongo se propagara. Esto fue principalmente entre los pacientes con COVID-19 que terminaron requiriendo ventilación asistida. Además, los sistemas hospitalarios frecuentemente se han visto agobiados por el número de pacientes afectados con COVID-19 y eso ha hecho que muchos de los recursos que podrían haberse destinado al control de infecciones se desviaran a otros sitios.

Los investigadores que han hecho estudios genómicos en diferentes lugares del mundo tratando de encontrar el origen de C. Auris, han encontrado que hay cuatro cepas diferentes y que las divergencias son tan profundas que sugieren que las cepas probablemente llevan miles de años en el ambiente y que surgieron como patógenos resistentes en cuatro lugares simultáneamente. Existen diferentes teorías. Una de ellas, de un investigador holandés, el Dr. Meis, es que estas cepas se volvieron resistentes debido al uso intensivo de fungicidas (los pesticidas para matar a los hongos) en los cultivos. Otros científicos coinciden con él y existen otras teorías. Pero en los que todos están de acuerdo es que, independientemente de su origen, lo importante es parar su diseminación por el peligro que representan.

La organización GARDP menciona que el COVID-19 ha sido nuestra primera experiencia en una generación de una pandemia que ha destacado que los gobiernos deben estar dispuestos a realizar inversiones sustanciales y a largo plazo en preparación para hacerle frente a las crisis sanitarias mundiales. Es particularmente crítico el concepto de “Una Sola Salud” para abordar las infecciones resistentes a los medicamentos, que reconoce la importancia de conectar la salud de las personas tanto con la salud de los animales como con nuestro entorno compartido.

El COVID-19 ha reforzado el concepto de una comunidad global, donde nuestra salud y bienestar están vinculados sin importar en dónde vivimos. Por lo tanto, las soluciones solo tendrán éxito si están disponibles para todos en todo el mundo, incluidos los de países de ingresos bajos y medianos, y si su realidad, conocimientos y capacidad forman parte de una respuesta integral. De acuerdo con GARDP, el garantizar la investigación y el desarrollo universal, el acceso equitativo y asequible a las soluciones debe ser un requisito indispensable de la preparación y la respuesta ante una pandemia.

Según GARDP, la pandemia en evolución de las infecciones resistentes a los medicamentos tiene el potencial de paralizar al mundo de la misma manera que lo ha hecho el COVID-19 este año. Sin embargo, a diferencia del COVID-19, sabemos lo que se necesita para combatir la resistencia a los medicamentos y que se puede lograr un cambio significativo con suficiente voluntad política y recursos. Ahora existe la oportunidad de intensificar significativamente nuestra respuesta a las infecciones resistentes a los medicamentos y prepararnos para manejar la naturaleza impredecible y silenciosa de esta pandemia, en donde el verdadero alcance del daño causado sigue siendo algo invisible.

 

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