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1er domingo de Cuaresma 2021

Reflexión por el Pbro. Pablo A. Villafranca

Canciller de la Arquidiócesis de Managua

Párroco en Nuestra Señora de Veracruz



Tú sabes Señor que a cada momento de nuestras vida somos tentados a separarnos de ti, de tu palabra y tu voluntad. Concédenos la fuerza y auxilio que nos viene de tú Espíritu, para mantenernos siempre fiel, a tu voluntad y al Evangelio. Feliz día del Señor.


Ya iniciamos el tiempo de Cuaresma, tiempo que no puede ser visto como algo rutinario, sino como algo que nos invita a revisarnos no externamente, sino internamente. Nuestra Iglesia para este tiempo tiene un programa que nos invita justamente a esto, a ver cómo está nuestra fe, y como debemos conducirnos en nuestra vida.


La catequesis que nos presenta la iglesia para este tiempo está orientada para la Pascua, para prepararnos para el misterio de Cristo, pasión, muerte y su “resurrección”. Que debe llevarnos a la renovación de nuestro compromiso bautismal, que significa morir al pecado, y vivir en la gracia que Dios por medio de Cristo derrama sobre nosotros para salvarnos.


Por eso hoy en el inicio de este tiempo de Cuaresma, las lecturas nos muestran y revelan el pecado, pero por otro lado vemos la acción y respuesta amorosa de Dios, a pesar de nuestra dureza de corazón, maldad y, rebeldía en nuestro proceder y actuar.


En la primera lectura del libro del Génesis, nos habla de pacto que Dios hizo con Noé y sus hijos, después del diluvio, y luego de hacer una nueva creación del ser humano, por la maldad, y la inhumanidad del mismo. La promesa que Dios nos da es que no volverá a destruir la vida, aunque vale la pena aclarar que no es Dios quien acabo, sino ha sido siempre el hombre por su proceder pecaminoso. Lo que acaba con nuestra vida siempre: es el pecado, que nos conduce inevitablemente a la muerte.


El evangelio de hoy de manera muy resumida a como lo escribió san Marcos, nos presenta al Señor que fue llevado al desierto para ser tentado por el demonio. ¿Cuál es el propósito de esta tentación que sufre en el desierto el Hijo de Dios, Jesús? ¿Por qué el Espíritu lo llevo al desierto?.


Es necesario que releamos en la Biblia en el capítulo 1, 1-12, del Evangelio de san Marcos, para una mejor comprensión. Ahí leeremos que Jesús es presentado por una voz humana, Juan Bautista y por una voz divina, bajada del cielo: Dios. Juan Bautista lo presenta como el Mesías, y lo hace atribuyéndole la fuerza y el bautismo con el Espíritu Santo. La voz del cielo lo identifica como: Hijo de Dios. Y seguidamente el Espíritu Santo lo lleva al desierto.


Así como el Señor fue llevado por el Espíritu Santo al desierto, para luchar contra el mal. También nosotros como discípulos del Señor, somos llevados espiritualmente al desierto cuaresmal, para que junto a Él luchemos el combate contra el espíritu del mal y el demonio.


En la tradición bíblica, el Desierto es presentado como el lugar de la prueba (Deuteronomio 8, 2-6), pero también como el lugar privilegiado para el encuentro con Dios, y así lo leemos por medio del profeta Oseas 2, 16.


Cuando san Marcos nos dice que Jesús fue tentado por cuarenta días por el demonio, lo que en realidad nos quiere recordar son los cuarenta años que el pueblo israelita paso en el desierto, y que no fueron capaces de vencer, no porque no hayan podido vencerlo, sino porque no confiaron, no tuvieron fe y se rebelaron contra su salvador, Dios.


En cambio, Jesús sostenido por el Espíritu de su Padre celestial, resulto vencedor, porque confió, se entregó en su totalidad a la voluntad de su Padre celestial, Dios-Padre. El Señor salió victorioso de la prueba del desierto que el demonio le puso, y que el pueblo israelita reitero no pudo vencer. En el desierto nosotros somos tentados a abandonar el camino que nos conduce a Dios o el de seguir el camino del pecado y del mal que nos lleva a nuestra perdición y con ella irremediablemente a nuestra muerte.


Las tentaciones no son más que invitaciones a optar por un proyecto que no es el de Dios, sino que es una propuesta para renegar de Él, y renegar de nuestra condición de hijos amados de Dios, además de abandonar la misión que el Señor nos ha pedido, la de evangelizar, la de proclamar su palabra y el Reino de Dios, que Él nos proclamó y revelo. Nosotros debemos proclamarlo con nuestros actos y testimonio.


Vencida la tentación que nos libera de la esclavitud de la mentira y del pecado, gracias a la obediencia a Dios, con la fe, nos abre a la verdad en el que nuestra vida encuentra el pleno sentido de su existencia y alcanza la paz, el bien, el amor y la alegría. Justamente por eso la Cuaresma constituye un tiempo favorable para una atenta revisión de vida en el recogimiento, con la oración y la penitencia, no externa, sino que interior como nos ha venido diciendo la liturgia días atrás.


“Se ha cumplido el plazo” Para muchos en el tiempo del Señor, ese plazo no estaba vencido, para los que esperaban un Mesías diferente de acuerdo a sus concepciones y conveniencia, pero que no son de Dios. Por eso desde antiguo Dios dijo con claridad: “Porque mis pensamientos no son tus pensamientos, ni tus caminos no son mis caminos” (Isaías 55, 😎.


Sin embargo, hoy es el propio Jesús que nos dice el plazo esta vencido, con la prisión de Juan Bautista por denunciar el comportamiento inmoral del Herodes, Jesús vio una señal. Hoy a nosotros mismo cuando vemos la violencia, la necesidad, el hambre, la enfermedad, la injusticia, la guerra, vemos una señal para decir unido al Señor: “está cerca el reino de Dios: convertíos y crean en el Evangelio”.


Con estas palabras el Señor nos habla como una realidad conocida, presente y futura a la vez. Este reino irrumpe en nuestra vida, como un don que recibimos gratuitamente, como un regalo, pero al mismo tiempo se nos encarga una tarea que implica dos acciones de nuestra parte: “conversión y creer en el Evangelio”. El Señor nos pide abrir nuestro corazón para poder cambiar de vida, y abrirnos a lo gratuito. Pero esto no será posible lograrnos si nosotros no somos capaces de abrirnos de corazón, y de acoger el reino, que el Señor nos ofrece gratuitamente. Conversión y fe son, son dos realidades entrelazadas.


En este proceso es importante lo que san Pablo nos dice en la segunda lectura: Cristo que murió por nuestros pecados, murió de una vez y para siempre, para conducirnos a Dios. Como hombre murió, pero como Hijo de Dios, y ungido con el Espíritu de su Padre, resucito, y resucito para salvarnos, para liberarnos, sanarnos y darnos vida eterna, “si” creemos en Él y hacemos su voluntad, que la expresa en su palabra.


San Pablo nos explica con lo del diluvio en tiempos de Noé, un misterio. Todos murieron, es decir, murieron para dar paso a una nueva creatura, porque si el grano de trigo muere, da mucho frutos (Juan 12, 24). El diluvio fue como una inmersión del hombre en las agua del bautismo, que dio paso a una nueva realidad, que es la salvación.


Y esta no consiste en limpiar nuestra la suciedad de nuestro cuerpo, sino que significa que Dios penetro y penetra en nosotros, dándonos una conciencia y un espíritu nuevo, por medio de la resurrección del Señor, que llego de donde había venido, del Cielo.


Recordemos las palabras del Señor Conviértanse y crean. Convertirse, es sufrir una Metánoia dice el Papa Benedicto XVI, que significa una cambio total de nuestra vida, tanto en nuestro pensamiento como en nuestra forma de vivir. Para poder percibir el reino de Dios en la vida, es necesario pensar y vivir de manera diferente como hasta hoy hemos vivido o como hemos vivido antes de conocer al Señor.


Amado Señor Jesús, ayúdanos por medio de tu Espíritu, para poder vivir como tú quieres en este tiempo de Cuaresma, en Él que nos invita a una revisión interna, de nuestros actos, acciones y palabras, para sanar y enmendar lo que hemos hecho mal. Y ayúdanos a fortalecer nuestra fe y esperanza en ti, porque unido a ti todo lo podemos. A ti madrecita María te pedimos que nos tomes de tus santas y benditas manos y nos lleves a la presencia de tu Hijo amado Jesús. Amén.

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